La casualidad y la buena suerte juegan a veces un papel estelar en el descubrimiento científico, siempre y cuando el investigador esté capacitado para darse cuenta de lo que tiene delante y disponga de los medios apropiados. Eso es lo que les ha pasado a unos astrónomos que estaban observando un fenómeno celeste (ver gráfico).
El fenómeno era inesperado ahí, donde estaban mirando. Pero en realidad ese tipo de explosiones de supernova se dan a menudo en el universo, aunque nadie sabe anticipar dónde y cuándo sucederán. Una supernova es el colapso de una estrella grande y el resplandor que genera destaca sobre el brillo de toda la galaxia -cientos de miles de millones de estrellas- en la que se produce. Estallan unas pocas supernovas cada siglo, pero como hay tantas galaxias en el cielo estas explosiones son corrientes. Ahora bien: ¿Adónde apuntar el telescopio para pillar in fraganti a la próxima? No vale quedarse mirando fijo a una galaxia porque la siguiente supernova puede tardar años, mientras otra explota en un lugar que nadie está observando.
El pasado 9 de enero, unos astrónomos estaban observando, con el telescopio en órbita de rayos X y rayos gamma Swift, de la NASA, una supernova que estalló el año pasado en la galaxia espiral NGC-2770, situada a unos 90 años luz de la Tierra. De repente vieron que se había producido otra al lado. La explosión -en rayos X- fue 100.000 millones de veces más brillante que el Sol, y duró 10 minutos.
Los astrónomos inmediatamente pusieron en alerta la red internacional de observación para estos casos. Se apuntaron entonces varios telescopios del suelo y el espacio hacia la supernova recién descubierta, denominada SN2008D, para estudiarla en todas las longitudes de onda posibles, desde los rayos X hasta el radio, pasando por la luz visible. Ahora un equipo de 43 científicos, liderados por Alicia Soderberg (Universidad de Princeton, EE UU) han dado a conocer su hallazgo y sus conclusiones en la revista Nature.
Para más casualidades, otros astrónomos estaban mirando esa galaxia NGC-2770 unas horas antes de que explotara la supernova y, aunque ésta no fue directamente visible hasta el día siguiente, la información recabada por este segundo equipo (incluido el español David Barrado Navascués) ha resultado importante para conocer el fenómeno. Ellos presentan sus datos en otra revista: The Astrophysical Journal.
Los científicos saben que una supernova significa el final de la vida de una estrella grande (unas ocho veces más masiva que el Sol). Los astros lucen porque en su interior funciona un horno nuclear en el que la fusión de átomos -de hidrógeno, sobre todo-, genera enormes cantidades de energía. Esto impide que el astro colapse por su propia gravedad. Pero cuando se agota el combustible de la fusión nuclear en una estrella muy masiva, se hunde de forma catastrófica sobre sí misma, formando un cuerpo ultradenso en su centro que puede ser una estrella de neutrones o un agujero negro. Esto dispara una onda de choque que hace saltar toda la envoltura gaseosa del astro, que se dispersa en el espacio. Es el momento del brillo colosal de la supernova, lo que captó el Swift el 9 de enero.
Los análisis de los astrónomos indican que la estrella que murió en ese estallido era, por lo menos, 20 veces más masivo que el Sol. También han visto que encaja en el tipo de supernova Ibc, que son las más brillantes y las menos corrientes.
Con este raro y casual descubrimiento, los científicos tienen por fin observaciones del nacimiento y primeros pasos de una supernova, porque hasta ahora sólo podían observarlas cuando ya lucían en el cielo, unos días o semanas después del cataclismo inicial. "Hemos soñado durante años con poder ver una estrella justo en el momento en que explota, pero dar con una es realmente una ocasión única en la vida", ha dicho Soderberg. "Esta supernova recién nacida va a ser como la piedra de Rosetta para los estudios de las supernovas durante los próximos años".
Fuente www.elpais.com
miércoles, 28 de mayo de 2008
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