El Big Bang
El universo, sencillamente, no existiría si las leyes de la naturaleza fueran perfectamente simétricas. Hace casi 14.000 millones de años, durante el Big Bang, cuando surgió todo lo que podemos observar hoy, una pequeña «ruptura de la simetría» inicial hizo posible que la materia se desarrollara y adquiriera las formas que nos son familiares ( planetas, estrellas, galaxias...).
En principio, y según hemos ido aprendiendo la manera en que funcionan las cosas, en el momento de la gran explosión se debería de haber creado exactamente la misma cantidad de materia que de antimateria. Y debido al hecho de que ambas, cuando entran en contacto, se aniquilan mutuamente, el resultado lógico es que toda la materia que vemos no debería de existir.
Sin embargo, el hecho mismo de que estemos aquí demuestra que, por alguna razón, en el origen hubo un ligero «exceso» de materia con respecto a la antimateria. En una proporción mínima (cerca de un átomo por cada 10.000 millones), pero suficiente para dar cuenta de todo lo que existe. Cuando toda la materia se destruyó al interactuar con la antimateria, ese pequeño «sobrante» dio origen al universo en el que vivimos.
Después, y gracias a otra asímetría (esta vez en la temperatura), esa materia sobrante se fue concentrando en puntos privilegiados del joven universo en expansión, dando lugar a estructuras cada vez más y más complejas.
El universo, sencillamente, no existiría si las leyes de la naturaleza fueran perfectamente simétricas. Hace casi 14.000 millones de años, durante el Big Bang, cuando surgió todo lo que podemos observar hoy, una pequeña «ruptura de la simetría» inicial hizo posible que la materia se desarrollara y adquiriera las formas que nos son familiares ( planetas, estrellas, galaxias...).
En principio, y según hemos ido aprendiendo la manera en que funcionan las cosas, en el momento de la gran explosión se debería de haber creado exactamente la misma cantidad de materia que de antimateria. Y debido al hecho de que ambas, cuando entran en contacto, se aniquilan mutuamente, el resultado lógico es que toda la materia que vemos no debería de existir.
Sin embargo, el hecho mismo de que estemos aquí demuestra que, por alguna razón, en el origen hubo un ligero «exceso» de materia con respecto a la antimateria. En una proporción mínima (cerca de un átomo por cada 10.000 millones), pero suficiente para dar cuenta de todo lo que existe. Cuando toda la materia se destruyó al interactuar con la antimateria, ese pequeño «sobrante» dio origen al universo en el que vivimos.
Después, y gracias a otra asímetría (esta vez en la temperatura), esa materia sobrante se fue concentrando en puntos privilegiados del joven universo en expansión, dando lugar a estructuras cada vez más y más complejas.
El Nobel para el autor de la teoría
Ayer, más de tres décadas después de que el norteamericano Yoichiro Nambu, de origen japonés, se diera cuanta de ese hecho fundamental, la Academia sueca le otorgó, precisamente por ese motivo, el Nobel de Física de este año. Un premio, por cierto, compartido con otros dos científicos japoneses, Makoto Kobayashi y Toshihide Maskawa, cuyo trabajo, partiendo de las premisas sentadas por Nambu, les llevó a postular la existencia de tres familias de quarks, los «ladrillos fundamentales» de los que toda la materia está hecha.
Las partes del átomo
Gracias a su trabajo, la imagen clásica de un átomo constituido por un núcleo pesado (protones y neutrones) rodeado por una nube de electrones dejó paso a otra en la que también los protones y los neutrones se pueden dividir en partes. De hecho, cada una de estas partículas es la suma de tres quarks diferentes. «Nambu tuvo las extraordinarias ideas básicas. Los otros dos se encargaron luego de un problema irresoluto», dijo ayer Lars Brink, que forma parte del Comité Nobel. A Nambu, de 87 años, le fue concedida la mitad del galardón de diez millones de coronas (un millón de euros) por el descubrimiento del mecanismo de ruptura espontánea de simetría en la física subatómica.
El estadounidense trabaja en el Instituto Enrico Fermi de la Universidad de Chicago. La otra mitad del premio la comparten Kobayashi, de 64 años, y Maskawa, de 68. Kobayashi es profesor emérito de la Organización de Investigación de Aceleradores de Alta Energía (KEK) de Tsukuba; mientras que Maskawa, también retirado, trabajó en el Instituto Yukawa de Física Teórica (YITP) de la Universidad de Kyoto.
Se espera que, entre otras cuestiones, el gran acelerador de hadrones (LHC) pueda explicar en el futuro la razón de esta asimetría entre materia y antimateria.
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